Se ha cumplido el vaticinio científico y ético: una pandemia no se mitiga ni se controla solamente con medidas locales. Éstas son necesarias, pero no suficientes.
Existe una alta probabilidad de mutación genómica cuando un virus se propaga con un alto índice de reproducción en poblaciones susceptibles, susceptibles por necesidad o por elección.
Mientras exista un rincón en el mundo sin acceso a la tecnología mas eficaz para controlar una pandemia —vacunación y mascarillas — no se podrá contener la mutabilidad genómica del virus SARS-CoV-2. El libre acceso a la vacunación es un imperativo ético para proteger a los susceptibles por necesidad y, a la vez, protegernos todos. Cuando COVID-19 existe en algún lugar del mundo, existe COVID-19 en todo el mundo.
Quienes, en el ejercicio de su libertad individual, deciden no vacunarse, son cómplices de la morbilidad y la letalidad —propia y ajena— asociadas al virus. El derecho individual de los susceptibles por elección no prima al deber social de procurar el bien común.
Sería prematuro alarmarnos ante la detección de la nueva variante Ómicron. Ciertamente, ha producido suficiente humo como para activar alarmas de fuego en diversos países. Sin embargo, debido a la poca información fiable disponible sobre la morbilidad y letalidad asociadas a la nueva variante, todavía desconocemos la magnitud del peligro.
Aun así, podemos reflexionar inteligentemente. Es probable que:
- la variante Ómicron no sea mucho más letal que la Delta, pues una mayor letalidad reduciría la supervivencia del virus, al no poder contagiar a una mayor cantidad de susceptibles;
- las vacunas disponibles confieran alguna protección contra la nueva variante. Aun cuando no fuera así, la necesidad de nuevas vacunas no sería algo inaudito, pues ya ocurre con la vacuna anual contra la influenza.
Cerrar fronteras sólo retrasa la propagación del virus, no la controla, aunque las cuarentenas en viajeros ciertamente contribuyen a mitigar riesgos. El tiempo que se gana debe emplearse, entre otros objetivos, para establecer protocolos de secuenciación genómica que hagan posible detectar nuevas variantes oportunamente en la comunidad y en los viajeros. En Puerto Rico, el Fideicomiso de Salud Pública ha sido dotado con fondos públicos para complementar los esfuerzos del Departamento de Salud, adoptando la tecnología más moderna que nos permita obtener resultados de secuenciación en 24 a 48 horas luego de detectar una prueba molecular PCR positiva. Esperamos ver el resultado de tales esfuerzos pronto, con muestras robustas y representativas de la transmisión comunitaria en Puerto Rico.
Se hace imperioso redoblar esfuerzos de vacunación masiva en todos los países del mundo, así como requerir constancia de vacunación universalmente, además de continuar con el uso de mascarillas, la higiene de manos y evitar aglomeraciones, particularmente en lugares de circulación cerrada.
Puerto Rico ha probado que contamos con la voluntad política y el compromiso comunitario para contener a esta pandemia. Así lo demuestran los miles de defunciones por COVID-19 que se han evitado. En EE. UU. se han reportado más de 777,000 muertes por COVID-19 durante el transcurso de la pandemia. Con menos del 1% de la población, en PR se han reportado 3,268, proporcionalmente 4,500 defunciones menos.
Son tiempos de vivir alertas, pero no alarmados. Ya conocemos al enemigo, aunque venga disfrazado. Mantengámonos alertas a la nueva información que vaya surgiendo —sin alarmismos contraproducentes— y actuemos racional y serenamente de acuerdo con las circunstancias.


José Becerra, MD, MPH, FACPM
Atlanta, GA and San Juan, Puerto Rico
Retired Centers for Disease Control Medical Epidemiologist
Adjunct Associate Professor of Epidemiology and Biostatistics
Graduate School of Public Health, Medical Sciences Campus
University of Puerto Rico